En los años 70, cuando cumplí once años, un gitano de las chabolas del Barrio de San Pascual cruzó el Arroyo Abroñigal, actual M-30, y vino al Parque de las Avenidas a robarme la flamante bici que mi padre acababa de regalarme. Y ello ante la mirada indiferente de algunos compañeros de colegio y de sus padres.
Aquel día aprendí que nunca debo contar con que terceras personas salgan en mi defensa y que, en general, en los momentos clave, estamos solos.
Unos años más tarde, teniendo...